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Se fue al infierno a salvar niños del tráfico de órganos

Padre Ignacio Doñoro

Se fue al infierno a salvar niños del tráfico de órganos

Este sacerdote haría palidecer cualquier cinta de acción de Hollywood, pues arriesga su vida para rescatar a los predilectos de Jesús y darles una oportunidad.

Ignacio Doñoro (Bilbao, 1964) es un cura que participó como capellán militar en Bosnia, Kosovo, Tánger y Mozambique. Cualquiera podría esperar que de estos destinos conflictivos vinieran las experiencias más duras de su vida, pero para Padre Ignacio el vuelco sucedió en El Salvador, de manera inesperada y brutal, cuando viajó desde España a donar dinero para regalos de Navidad.

Arriesgándolo todo por los abandonados

En El Salvador, comenta Padre Ignacio en diálogo con el medio 20 minutos, “me encontré con una realidad que no era capaz de asimilar. Veintenas de niños morían de hambre todos los días”, recuerda. De entre todos esos pequeños había un adolescente de 14 años “que me estuvo siguiendo a todos lados y tenía la mitad del cuerpo paralizada”, describe el sacerdote. Padre Ignacio se extrañó cuando, preguntando por él, “me dijeron que no me metiera, que era muy peligroso”, pero eso no lo detuvo… y así descubrió la desoladora razón: “Sus propios padres lo habían vendido para el tráfico de órganos. Miguel, que es como se llamaba, tenía cuatro hermanas y los padres, como estaba tan enfermo, habían decidido venderlo y alargar un poco la vida de las hermanas. El niño ya estaba pagado, pero no se lo habían llevado todavía…” relata y su rostro parece estremecerse.

Con la información de aquel niño que iban a matar para extraerle los órganos quemando en su alma, Padre Ignacio arrendó en seguida una camioneta, consiguió un conductor y para acompañarle buscó a una monja a quien conocía, desahuciada por cáncer terminal. Al enterarse del plan la religiosa le dijo que estaba loco, “y yo le contesté: «Es mejor morirse de un tiro que de un parche de morfina»”, recuerda el sacerdote, quien junto a esa improbable compañía subió a las montañas haciéndose pasar por traficante de órganos, “vistiéndome distinto y todo. Al preguntar cuánto costaba el niño, me dijeron, en un maya mezclado con español, que 25. Yo entendí que eran 25.000 dólares y ya pensaba que tendría que buscar otros 1.000 más… Pero no, eran 25 dólares lo que esos traficantes de órganos pagaban por la vida de un niño”, exclama, todavía con dolor, así que “les pagué un dólar más y le metí en la camioneta”.

El “Hogar Nazaret”
Ignacio Doñoro Hogar Nazaret

Este dramático rescate despertó en él una vocación que lo ha llevado a trabajar en países como El Salvador, Colombia, Marruecos y Mozambique. En 2011, el antiguo capellán militar fundó el Hogar Nazaret en Puerto Maldonado, Perú, un lugar marcado por el tráfico de personas y una extrema pobreza. Este hogar acoge a niños rescatados de situaciones de abuso y explotación. “Nadie tiene más amor que quien da la vida. Y eso es lo que resonaba en mi corazón”, cuenta Padre Ignacio al programa Misión Posible, de las Obras Misionales Pontificias, y agrega que “en contra de la razón, de lo que era lógico, e incluso de todos mis compañeros sacerdotes y de mi propia familia, decidí irme al último rincón del mundo. Donde la persona no vale nada, donde hay tráfico de personas, es en Madre de Dios, en Puerto Maldonado, Perú”, reitera.

¿Por qué ha dedicado su vida a esto? La explicación, para Padre Ignacio, “se puede resumir en una frase que podría ser el título de una canción: lo hice por amor, y no hay más razón que el amor”, y es lo que responde también a aquellos “preocupados” por la falta de agradecimiento: “Ni me lo van a agradecer, ni espero que me lo agradezcan. Es por amor” recalca, enfático.

El Hogar Nazaret no es un orfanato típico; es un lugar donde se vive la fe y el amor de manera palpable. Los niños, muchos de ellos con enfermedades graves y traumas profundos, experimentan una transformación integral. “Llegan totalmente rotos”, detalla su fundador: algunos con leishmaniasis, “que es una enfermedad parecida a la lepra, con infecciones, carne podrida”, pero sobre todo “llegan con el alma rota, con historias increíbles. Siempre digo que, para mí, son unos héroes, porque, si yo hubiera vivido esas situaciones, no habría podido aguantar”, subraya emocionado, y agrega que “en estas casas que tenemos, unas para niños, otras para niñas, Jesús está en medio. Entran en la casa y saludan a Jesús; se van de la casa y se despiden de Jesús”.

Una fe que lleva a lo imposible
Padre Ignacio Doñoro

Este camino no ha estado exento de peligros. Un día, mientras estaba en Puerto Maldonado, Padre Ignacio despertó con tres pistolas apuntando a su cabeza. “La misión de Hogar Nazaret era sacar a personas de la trata, que mueve muchísimo dinero, más que las drogas, más que la prostitución. Me pillaron que era yo quien movía los hilos y entonces, pues, me ataron de pies y manos, me golpearon”, recuerda.

En un momento, el sacerdote dejó de sentir su cuerpo y pensó que la muerte se acercaba. “Empecé a pensar en cosas positivas, y lo más positivo que se me ocurría era cuando había recogido bebés, cuando había salvado, por misericordia de Dios, a mamás que iban a abortar. O cuando había estado en El Salvador, en Colombia, en Tánger o en Mozambique. Entonces, me invadió una alegría tremenda, un gozo inmenso, y, gracias a ese gozo, psicológicamente pude superar el dolor”, expresa con admirable valentía, para reafirmar luego su compromiso: “Estoy loco, pero loco de amor, porque sé que es el Señor quien hace esta obra”, concluye Padre Ignacio, un sacerdote que trasluce al Salvador de los Hombres que “abrazaba a los niños, y los bendecía poniendo las manos sobre ellos” (Mc 10,16).

Fuentes: 20 minutos / Churchpop