Era un adolescente en pleno cuestionamiento de sus creencias, pero su corazón honesto lo empujó a buscar medios con que fortalecer su fe. Dios lo esperaba en ese camino con el mejor Regalo…
Stephen Sharpe nació en Maryland, EE.UU., en 1994. Tiene un hermano gemelo y otro algo mayor, junto a quienes creció en un hogar marcado por la fe católica de su madre, española, cuyo ejemplo, dice, siempre lo ha inspirado.
Durante su adolescencia, cuenta Stephen en un testimonio para la fundación CARF, comenzó a sentir la necesidad imperiosa de entenderse a sí mismo y su razón de ser. Las preguntas existenciales empezaron a rondarle: “¿Cuál es el sentido de mi vida? ¿Por qué estoy aquí? ¿Cómo puedo saber que Dios realmente existe?“… Un día escuchó en YouTube a ateos burlándose del cristianismo, afirmando que no tenía base lógica.
Entonces se dio cuenta de que “no conocía los fundamentos para defender mi fe”, admite, y comprendió que, si no comenzaba a formarse, “corría el riesgo de perderla”. “Esa toma de conciencia”, añade, “me impulsó a la acción: empecé a leer la Biblia, libros de apologética, ver debates en YouTube y a rezar más profundamente, pidiéndole a Dios que me ayudara a entenderlo y me guiara en mi confusión”, confidencia Stephen, mostrando el anhelo de Dios que ardía en su interior.
Así, comenzó a sentirse cada vez más convencido de que la creencia en la existencia de Dios era realmente una posición lógica. “Cuando sucedió este cambio, recuerdo sentir el deseo de ser sacerdote. Ese anhelo se apoderó de mi corazón y nunca se fue. Mi razonamiento era simple: si Dios existe, entonces lo más significativo que puedo hacer es vivir por completo para Él, como sacerdote”, relata, agregando que, pese a ello, mantuvo en secreto su deseo y no actuó de inmediato.
Un clamor imposible de acallar
Tras graduarse de la escuela secundaria, asistió a Loyola University Maryland, donde estudió negocios internacionales. Trabajó como pasante en Textron, una empresa estadounidense de tecnología militar que se especializa en aeronaves no tripuladas para uso militar.
A pesar de estos logros, había una voz dentro de él que le decía que no pertenecía a ese mundo. “Mi corazón anhelaba algo más: deseaba entregarse por completo a Dios, no a nada de este mundo. El deseo de ser sacerdote siguió creciendo y, después de cuatro años, se volvió imposible de ignorar”.
La Providencia vino en su ayuda a través de un programa de estudios de su universidad, que lo llevó a España, la patria natal de su madre. “Viví en Alcalá de Henares”, recuerda, “donde me involucré en el grupo de jóvenes local y asistía a la Misa diaria. Un día conocí a un grupo de hermanas, hermanos y sacerdotes que pertenecían a una comunidad llamada Hogar de la Madre. Uno de ellos me invitó a un retiro de ejercicios espirituales de fin de semana, siguiendo el método de san Ignacio de Loyola”, acentúa Stephen, pues eso marcaría un cambio ineludible. “Me sentí sobrecogido”, cuenta Stephen, añadiendo que mientras meditaba en la vida de Cristo “mi corazón absorbía las verdades de la fe como si las escuchara por primera vez”.
La verdadera felicidad
Luego del retiro volvió a Estados Unidos para concluir sus estudios universitarios… pero ya no era el mismo. Sentía claramente la llamada al sacerdocio, aunque al mismo tiempo atravesaba luchas internas. Tras un intenso período de oración y discernimiento, decidió abandonarlo todo y seguir aquello que sabía era la voluntad de Dios para su vida.
Hoy, siete años después y como miembro de la comunidad Hogar de la Madre, Steven Sharpe estudia en Roma y asegura que “al entregarle mi vida a Dios, he empezado a descubrir (y continúo descubriendo) que amar a Jesús es el secreto de la verdadera felicidad”.
Fuente: Fundación Carf