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Un bartender que vio llorar a Cristo lo deja todo por seguirle

bartender kevin reilly
Imagen ilustrativa gentileza de TungArt7 - Pixabay

Un bartender que vio llorar a Cristo lo deja todo por seguirle

Kevin tenía éxito sirviendo cócteles en discotecas y su vida nocturna era envidiada por muchos, pero la felicidad le era esquiva hasta que, de forma inaudita, entendió por qué…

La gente que conoce al padre Kevin Reilly, párroco de la iglesia de St. Patrick en Mystic, Connecticut (EE. UU), lo confunde a veces con un exmilitar. “Alto y atlético, su figura es imponente y su voz de barítono resuena desde el ambón durante las misas”, lo describe el National Catholic Register. Pero este dinámico hombre de 55 años, lejos de vestir uniforme, fue portero y camarero de discotecas en Washington y San Francisco por años … hasta que Dios lo derribó.

Cristo, sus lágrimas y “un santo”

A principios de los años 90, Kevin se graduó en la universidad de Georgetown pero, en lugar de una actividad profesional corriente, se fue al mundo dela coctelería y de la vida nocturna en Washington, DC. Allí le pagaban mejor, cuenta, le daban bebidas gratis y no le faltaban chicas con quienes salir.

“Me convertí en un modelo de lo que la cultura del momento vendía”, describe Kevin al Register, recordando cómo todo el mundo “me decía lo maravillosa que era mi vida. Solo trabajaba tres o cuatro días a la semana, ganaba un montón de dinero por, básicamente, hacer lo que la gente hacía en su día libre. Y, sin embargo, me sentía bastante miserable”, reconoce.

Quiso remediar esa insatisfacción cambiando de aires y eligió la ciudad de San Francisco, donde tenía amigos. Consiguió un trabajo de camarero, conoció a una chica… pero la mudanza no marcó ninguna diferencia para lo que sentía.

Lidiando con ese revuelo interno, Kevin recordó un libro sobre la Virgen que le había regalado su madre y que, por cariño, llevaba consigo. Lo buscó, abrió sus páginas… y su vida cambió para siempre.

Mientras lo leía, tuvo una visión del rostro de Jesús. Pasaron minutos u horas, no lo sabe bien, pero recuerda conmovido: “Cristo tenía lágrimas en sus mejillas y me mostró a un gran santo. Esa persona me dejó asombrado, pero entonces comencé a darme cuenta ¡de que era yo mismo! Era lo que Dios quería de mí. Descubrí que las lágrimas que corrían por el rostro de Jesús eran por mi causa. Dios lloraba por el daño que yo mismo me había infligido”, explica.

Noches de bar, mañanas de misa
kevin reilly

La experiencia, que Kevin describe como “indescriptiblemente dolorosa, pero a la vez el mejor momento de mi vida”, lo transformó. Comenzó a ir a misa todos los días, algo difícil, porque el bar en el que trabajaba no cerraba hasta las 3 de la mañana. Pero, cada vez que el sacerdote elevaba la hostia, él lloraba, ya que le llevaba de vuelta a su visión.

Ese llanto era un “gran problema” pues “un ‘tipo duro’ no puede dejarse ver de esa manera”, comenta hoy con una sonrisa, y añade: “Era una iglesia grande y, por lo menos, podía esconderme en la parte de atrás”.

Según testimonia, fue esta etapa de transformación lo que le puso en el camino del sacerdocio. De hecho fue la Virgen, puntualiza, quien le hizo entender que no había podido encontrar la felicidad porque había sido creado para ser sacerdote. Finalmente, Kevin ingresó al seminario, fue ordenado sacerdote en la diócesis de Norwich en mayo de 2003 y en 2011 lo enviaron a servir como párroco de St. Patrick, cerca de la ciudad en la que creció y donde aún viven sus padres.

De los cócteles a reanimar una parroquia

Como párroco, padre Kevin ha demostrado un carisma particular para atraer a familias jóvenes de vuelta a la vida sacramental.

Matthew Farrell, un feligrés de 43 años y padre de dos hijos, cuenta al Register que la forma de predicar del padre Kevin, con un mensaje que desafía a sus feligreses a ser santos, es lo que hace que St. Patrick sea especial. Las misas de domingo suelen estar llenas y con sonidos de vida: bebés que lloran, pequeñas pataditas contra los bancos, madres que van y vienen por los pasillos. Solo en 2024, la parroquia tuvo más de 60 bautizos y 30 estudiantes se presentaron para ser monaguillos.

Para Faith Carpenter, otra parroquiana, madre de seis niños pequeños, el enfoque del padre Kevin es lo que hace que la comunidad sea especial. “Ha revitalizado mi vida sacramental, ahora mi matrimonio es más fuerte. Cuando empezamos a asistir éramos una de las pocas familias con niños pequeños. Pero, con el paso de los años, el número se ha cuadriplicado”, relata.

Padre Kevin pasó de atender un bar a cuidar un rebaño. Sabe mantener el orden en medio del caos, incluso si eso significa decir cosas que la gente no quiere oír. “Los quiero a todos, pero no tanto como para ir al infierno por ellos. Así que debo decirles lo que necesitan saber”, comenta sobre sus homilías. Y a juzgar por los frutos, esta franqueza inspirada por el amor ha sido vehículo de la gracia para que sus fieles retornen a Cristo.

Fuentes: ReL / National Catholic Register