En esta época de escasas vocaciones al sacerdocio el “padre Jim” mantiene encendida cada día la antorcha que señala la misión por la que dará cuentas a Dios: la santidad de los seminaristas de la Arquidiócesis de Denver.
Ser director espiritual en definitiva, colaborar con la acción del Espíritu Santo, es quizá de las misiones más importantes que un sacerdote pueda enfrentar. En particular si se le confían los seminaristas de una diócesis.
Es lo que vive a diario el padre James en el St. John Vianney Theological Seminary guiando a futuros “nuevos cristos” para el servicio del pueblo fiel de Dios. Esta emocionante aventura espiritual, que busca consolidar la santidad de las almas, nos la confidencia el “padre Jim” en este bello texto que ha publicado en el portal de la Arquidiócesis
Sacerdote santo, pueblo santo
El día en que los seminaristas recién llegados comparten su testimonio es una de mis fechas favoritas del año, y nunca decepciona. Como encargado de guiar a los postulantes más nuevos en su año de espiritualidad (o año propedéutico), suelo reunirlos el segundo día, sentarlos en los sofás de una sala y pedirles que cada uno cuente (¡en diez minutos o menos!) cómo fue que Jesús lo condujo a este lugar. Tres horas y 18 jóvenes más tarde, se apodera de nosotros un sentimiento de asombro, emoción y renovada confianza en el plan de Jesús y en el poder del Espíritu Santo…
Si tuviera que hacer una referencia bíblica, diría que seguir la llamada de Dios al santo sacerdocio resulta muy similar a la experiencia de los discípulos en el camino a Emaús cuando exclamaron: “¿No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba?” (Lc 24, 32). Sintiendo ese mismo “ardor”, ahora estos hombres pasarán los siguientes siete a nueve años buscando cooperar con el Espíritu Santo y perfeccionar su comprensión de lo que significa ser sacerdote de Cristo.
Invitados al abrazo del Amor

Para entender qué significa ser un sacerdote santo, el punto de partida ha de ser “el secreto más íntimo de Dios”, detallado en el numeral 221 del Catecismo de la Iglesia Católica: “El ser mismo de Dios es Amor. Al enviar en la plenitud de los tiempos a su Hijo único y al Espíritu de Amor, Dios revela su secreto más íntimo; Él mismo es una eterna comunicación de amor: Padre, Hijo y Espíritu Santo, y nos ha destinado a participar en Él”.
Ser santo significa, pues, compartir el Amor (Espíritu Santo) que se intercambia entre el Padre y el Hijo. ¿Cómo se hace? ¡No se preocupen! Jesús ha soplado el Espíritu Santo sobre nosotros; el Espíritu Santo es el santificador. La Santísima Trinidad nos ha proporcionado “el camino, la verdad y la vida” (Jn 14, 6) en la persona resucitada de Jesús, quien nos invita a ser uno con Él en su cuerpo, la Iglesia.Por lo tanto, cada uno de nosotros es acogido en el abrazo de la Santísima Trinidad para recibir el amor y la amistad infinitos de Dios, a través del derramamiento del Espíritu Santo como miembros del Cuerpo de Cristo, la Iglesia. Además, María es nuestra madre y nuestro modelo de santidad.

Basta mirar la imagen del Sagrado Corazón de Jesús para ser renovados por la bienvenida personal, tierna, llena de esperanza, misericordiosa y dulce que Él nos ofrece. Mirando ese corazón, notemos la herida de la lanza, de donde fluyen las aguas vivificantes del bautismo y la sangre preciosa de la Eucaristía. Esta herida es “la puerta” (Jn 10, 7) por la cual entramos y encontramos nuestro hogar.
Esto es santidad: la vida en Cristo mediante el derramamiento del Espíritu Santo para que podamos compartir la vida de amor de Jesús con el Padre. ¡Qué alegría!
¿Qué significa ser un sacerdote santo?

El sacerdote santo es, ante todo, un miembro del Cuerpo de Cristo. Como todos los miembros, es santificado por el derramamiento del Espíritu Santo y las gracias que comunica la Iglesia… Desde este lugar de santidad, el sacerdote experimenta un ardor en su corazón como los discípulos en el camino a Emaús; un profundo deseo de compartir la misión de Jesús. Su corazón busca reflejar el Sagrado Corazón de Jesús.
Estoy muy agradecido de que Jesús me haya elegido para ser testigo y parte del camino de otros hombres que experimentan este mismo ardor en sus corazones. Por la intercesión de María, Madre de los Sacerdotes, rogamos “al dueño de la mies que envíe trabajadores a su cosecha” (Mt 9, 38) y provea una abundancia de sacerdotes santos para su Iglesia.
Fuente: Denver Catholic