rezoporunsacerdote@gmail.com

Sólo el loco amor de Dios buscaría entre los descartados del mundo a uno de sus elegidos

Pachús

Sólo el loco amor de Dios buscaría entre los descartados del mundo a uno de sus elegidos

Ramón Mirada Muñoz, conocido como ‘Padre Pachús’, es hoy el pastor en la Parroquia de la Inmaculada de Alcorcón (Diócesis de Getafe, España).

En una entrevista concedida al canal Mater Mundi TV, el padre Pachús dice que sus problemas empezaron desde que era niño. Tenía tres hermanos, pero en vez de verlos como un regalo le parecían una desgracia ya que, a sus ojos, tenían todo lo que a él le faltaba: “eran inteligentes, buenos deportistas, sociables…”, relata.

Así, la tristeza y sentimientos de inferioridad fueron acumulándose en el corazón de Ramón. Trató de entablar amistad con un compañero recién llegado al colegio, pero en vez del afecto que esperaba obtuvo un trato abusivo. Eso lo hizo encerrarse aún más en sí mismo y quejarse con Dios hasta el extremo de que… “en mi comunión no tenía ilusión: o Dios no existía o era un traidor. Y empezó en mí una etapa muy egoísta”, confidencia.

Alimentando el odio

Comenzó a moverse en el mundo del hip hop y sus estudios iban muy mal. Buscando alguna solución, sus padres decidieron cambiarle de colegio y ponerlo en uno religioso… pero allí Ramón explotó en agresividad. Cuenta que no se relacionaba con los compañeros, empezó a fumar y a rodearse de malas compañías, hizo de sus padres “sus grandes enemigos” y entonces, cuenta Ramón, vino lo peor: “Hubo un día en que tanto odio se me fue la cabeza, cogí un bidón de gasolina y prendí el pasillo del colegio. No quemé el edificio, pero casi; tuvieron que venir los bomberos”.

Fue expulsado y entonces sus padres lo enviaron a un reformatorio de Sigüenza, Guadalajara. “El internado me sirvió para empeorar. Me acabaron echando también. Era un peligro vivir ahí, se veían pistolas, navajas, cocaína, heroína…”, afirma.

La bajada a los infiernos: abusos en el internado

Para él, ese lugar era una fuente de violentas situaciones que lo superaban. “No tenían piedad conmigo… cada noche era una lucha para intentar que no abusaran de mí. Allí perdí toda la inocencia que tenía. Y entonces, una de dos, o dejaba que me destruyeran o me tenía que hacer peor que ellos. Y elegí la segunda”, explica.

En este punto llegaron también las drogas, a las que considera hoy “el camino más sencillo y también más fácil para destruir la vida. Traficar con ellas me daba mucho dinero y mucho prestigio. No te das cuenta de que te empiezas a enganchar”, lamenta.

Hoy, que es sacerdote cuenta a los jóvenes de su parroquia su experiencia con la droga… que ha debido enterrar a varios amigos muertos por sobredosis y que la droga “es una rueda que está en cuesta hacia abajo, y no va a parar. En mi caso fue así”.

El intento de suicidio

En efecto, su descenso a los infiernos continuó. Intentaron echarle del colegio, le detuvo la Policía por realizar grafitis en un tren y lo pillaron con droga… Finalmente debió dejar el internado y volver a Madrid. Pero en el nuevo colegio lo pillaron portando drogas nuevamente y acabó expulsado.

“Tanto fracaso escolar –cuatro colegios–, no había visto a nadie que me quisiera, porque yo era ciego para ver el amor de mis padres. Tenía 16 años, y de repente me preguntaba: ¿Esto es la vida? ¿Para qué seguir? La idea no me abandonaba (…). Y me intenté suicidar”. Sin embargo, “dos ángeles”, como llama a sus padres, lo impidieron. Pachús recuerda que ellos “rezaron, hicieron penitencia y mi madre viéndome tan incompleto se me tiró de rodillas y me pidió que fuéramos a una parroquia”. Ya sin nada que perder, decidió ir.

Encuentro transformador con un sacerdote de Cristo

En la parroquia lo esperaba la primera sorpresa. El párroco le recibió feliz y sonriente. Hasta ese momento, los sacerdotes para él eran horribles; en el internado había golpeado a más de unorompiendo incluso crucifijos para provocarlos… En cambio, ahora, recuerda, “esta actitud del sacerdote ya me cambió. Dios se sirvió de esto. «¿Quién eres?», preguntó. «Soy Pachús», le dije, y me dio un abrazo. Nadie me había dado un abrazo en mi vida. En ese momento rompí a llorar y empezó a escucharme. Le conté todo y fue la primera persona a la que no mentí. Me quité el disfraz. Me sorprendió su mirada. No fue una mirada de juicio como me había prometido el demonio, fue la mirada de Dios, me dejó descolocado”, dice emocionado Ramón.

Cuando terminó de contarle todo el mal que había hecho, el buen sacerdote volvió a sorprenderlo con esta frase: “¿Y qué? Más grande es la misericordia de Dios”. Ramón quedó descolocado unos segundos y luego su alma se rindió al amor de Cristo… “la gratitud a Dios me hizo explotar. ¿El cielo es para mí? Entonces entendí quién era Dios. En esa misma confesión entendí que Dios es mi padre”.

La misma pasión que había mostrado como adolescente rebelde, ahora Ramón la hizo valer con un cambio radical de vida. Había descubierto su ‘tesoro’ y no quería que nadie ni nada se lo arrebatara. “Quería estar como una lapa con Jesús. Empecé a ir a misa a diario. Desde entonces he comulgado todos los días de mi vida”, comenta.

Una vocación imposible que se hizo posible

Dejó todas las malas amistades que tenía y su ambiente pasó a ser el de la parroquia. Sin tapujos confidencia: “Me iba enamorando y enamorando de Jesús, y el cura veía vocación en mí, pero yo lo veía imposible”, hasta que finalmente un día tuvo claro que Dios lo estaba llamando. Se lo dijo a sus padres, que lloraban de emoción. Ese mismo hijo que vieron antes perdido de tantas maneras, ahora era como una nueva criatura. Pese a que los años del seminario no fueron fáciles debido a los estudios y a que se sentía indigno para este ministerio, finalmente se ordenó; al poder celebrar la misa –dice padre Pachús– “tocó el cielo”.

Ahora es un activo sacerdote que se la da de maravillas la evangelización entre los jóvenes. En Dios, es un hombre nuevo.