Damian Ference es un sacerdote de la diócesis de Cleveland (EE.UU.), encargado de la Vicaría de Evangelización y del secretariado de Vida Parroquial, además de profesor de filosofía en el seminario. Es autor del libro La extrañeza de la verdad, título que alude a una frase de la escritora católica Flannery O’Connor: “es tarea del artista quitar lo que cubre la extrañeza de la verdad”. La fe católica plantea algunas cosas complejas, pero verdaderas, y hay que saber cómo exponerlas, destaca el sacerdote.
Los textos de padre Damian a menudo abordan lo que significa ser sacerdote en nuestra época. En particular cuando desde los 80 el sacerdocio católico ha ido perdiendo mucho prestigio y los jóvenes que quieren ser sacerdotes saben que lidiarán con un intenso escrutinio.
Por ello valoramos que el padre Damian haya escrito en America Magazine el artículo que ha titulado “Seven tips for a more joyful priesthood” (7 consejos para un sacerdocio más gozoso). “El gozo es un don y lo experimento a menudo. Sin embargo, con presteza admito que a veces estoy demasiado cansado, o soy débil, perezoso u orgulloso, y pierdo mi alegría”, explica. En su experiencia y la de otros sacerdotes a quienes acompaña dice haber descubierto que “si estoy activa e intencionadamente implicado en las siguientes 7 prácticas, soy más capaz de sostener mi alegría. Estas siete prácticas no son únicas para sacerdotes, pero escribo sobre ellas en el contexto del sacerdocio porque es lo que he conocido en los pasados 19 años. Adáptalas a tu vida como veas adecuado, porque la mayor evangelización que podemos ofrecer es una iglesia gozosa”, alienta.
Los siete consejos de Padre Damian

1. Reza
En su primera Carta Apostólica, “La alegría del Evangelio”, el Papa Francisco escribe: “Invito a todos los cristianos, en todas partes, en este mismo momento, a un renovado encuentro personal con Jesucristo, o al menos a una apertura para dejarse encontrar por Él; os pido a todos que lo hagáis indefectiblemente cada día”. Esta invitación es tan básica y obvia que puede ser fácilmente pasada por alto u olvidada, incluso (y especialmente) por los sacerdotes.
Por nuestra ordenación, los sacerdotes estamos configurados con Cristo de una manera única y estamos llamados a guiar con la palabra y el ejemplo, particularmente en el cultivo de una vida de oración. Pero cuando la vocación de uno es ser un profesional de la oración, puede ser tentador de vez en cuando –en Misa, o al rezar el Oficio, o incluso durante las devociones personales– poner el piloto automático. Lo digo por experiencia. Las distracciones abundan, y si no estoy atento para reconocerlas y rezar intencionadamente con ellas o a través de ellas, se pierde ese renovado encuentro personal diario con Jesucristo que es esencial para un sacerdocio gozoso.
Orar bien es un trabajo duro y requiere disciplina. Incluso decir simplemente a Jesús: “Señor, estoy cansado”, o “Señor, te necesito”, y luego escuchar su respuesta, demanda tenacidad y humildad, cuyos frutos son la alegría. Un sacerdote que no se toma en serio la oración, hasta la más sencilla, no puede esperar seriamente estar alegre.
2. Mantén amistades fuertes
Aristóteles escribió que todos quieren tener amigos, y es cierto. Jesucristo, que es igual a nosotros en todo menos en el pecado, tenía amigos. El Papa Francisco proclamó el 29 de julio como Fiesta de Santa Marta, Santa María y San Lázaro, celebrando a tres de los amigos más cercanos de Jesús. Los Evangelios nos dicen que también era muy amigo de Pedro, Santiago y Juan, por no mencionar a la gran María Magdalena.
Como Jesús, un sacerdote alegre tendrá buenas amistades, tanto con hermanos sacerdotes como con laicos y laicas. Los sacerdotes necesitan amigos con quienes compartir su vida, personas en que poder confiar y que puedan confiar en ellos. Tomás de Aquino señala que los amigos nos ayudan a llevar nuestras cargas –comparten nuestras cruces, como Simón de Cirene– y piensa que la mirada de un amigo nos recuerda que somos amados. Es verdad. Mis padres han fallecido y vengo de una familia pequeña. Puedo decir sin exagerar que no podría seguir siendo sacerdote sin mis amigos; ellos me dan una gran alegría.
3. Abraza tu humanidad
Uno de los cambios de vida más drásticos ocurre al pasar de seminarista a sacerdote. Incluso con la mejor formación en el seminario, es difícil prepararse para ese día en el que uno pasa a ser percibido como una de las personas más misteriosas del mundo: viste ropas extrañas, elige no casarse, celebra sacramentos, predica a sus compañeros pecadores y es invitado por la gente a los momentos más importantes de su vida: el matrimonio, el nacimiento, la lucha contra el pecado, el sufrimiento, la enfermedad y la muerte. A ciertas personas les caerás bien por ser sacerdote y otras te despreciarán por la misma razón, pero raro es quien no piensa nada al respecto.
Es importante recordar que antes que sacerdote, uno es ser humano. Los sacerdotes más alegres que conozco abrazan su humanidad, no huyen de ella. Disfrutan una buena comida, una buena bebida, buenos amigos, buena música, una buena novela, buen arte, una buena excursión. Y se ríen mucho. El sacerdocio es asunto serio, claro que sí, pero también es un asunto humano. Los sacerdotes más contentos parecen ser los tipos que hablan con la misma voz tanto si usan traje clerical como si andan en el gimnasio o de vacaciones. No dirigen con su cargo sino con su humanidad, y, a su vez, llevan a los demás a considerar la alegría de la Encarnación y la belleza y el misterio del sacerdocio.
4. Hazte amigo de gente que te resulta incómoda
Jesús ama a los pecadores. Puesto que todos somos pecadores –lo reconocemos al comienzo de cada Misa– esta realidad debería consolarnos; sin embargo, con el tiempo es fácil olvidarla. Sacerdotes y laicos caemos a menudo en la trampa de rodearnos sobre todo con gente que cree y piensa lo mismo que nosotros. Esas personas nos hacen sentir seguros y cómodos. Pero los Evangelios atestiguan que, aunque Jesús tenía un buen círculo de amigos con quienes se sentía a gusto, también se consolaba estando con los marginados de la sociedad, incluidos los pecadores y los recaudadores de impuestos. Acudía a ellos porque los amaba y sabía que, en última instancia, sus corazones estaban hechos para Él.
Amando al pecador, Jesús ablandaba su corazón para que se convirtiera, lo que daba lugar a la alegría. Los sacerdotes alegres nunca olvidan que Jesús los amó primero como pecadores, y sigue haciéndolo. En consecuencia, hacen lo mismo por los demás.
5. Respeta la dignidad de todos… y especialmente de los que te molestan
Cuando era seminarista, compartía con el rector las mismas gracias del sacerdocio y la misma diócesis, pero nuestras visiones del mundo y de la Iglesia eran muy diferentes. No siempre me caía bien, pero lo quería. Cuando murió, tuve el honor de concelebrar su misa de funeral, y creo que él habría hecho lo mismo por mí. Si el corazón se llena de odio no habrá espacio para la alegría. La mayoría de nosotros tenemos personas en nuestras vidas que nos sacan de quicio. Amar a las personas que no siempre nos caen bien es una forma de recordar que todo el mundo cuenta, que todo el mundo importa, incluso –y especialmente– aquellos que son difíciles de amar. La alegría que viene de amar a las personas con las que no siempre nos llevamos bien es genuina y contagiosa.
6. ¡Arriésgate!
Cuando me enviaron a cursar estudios de doctorado, supuse que a mi regreso a Cleveland me dedicaría a la enseñanza en nuestro pequeño seminario universitario durante los 10 años siguientes, pues ése era el plan original. Unos meses antes de mi defensa de tesis, mi nuevo obispo me sorprendió pidiéndome que asumiera como su vicario para la Evangelización. Le dije que sí, pero en realidad no sabía a qué estaba accediendo, ya que todavía no había una descripción del puesto. Me dijo que fuera imaginativo y creativo y que le ayudara a orientar todos los esfuerzos de nuestra diócesis hacia la Evangelización.
Encontré mucho consuelo en el Vía Crucis, concretamente en las tres caídas de Jesús camino del Calvario. Hay mucha presión para que todo salga perfecto en el ministerio, pero la Pasión de Jesús fue parte de su ministerio, y sus tres caídas son un recordatorio de que nosotros también caeremos. No todo lo que intente como sacerdote funcionará, incluso con la mejor planificación, pero el Señor recompensa a quienes se arriesgan por su Reino. La recompensa es un corazón alegre.
7. Deja que sea Jesús el que se dedique a salvar
Quizá la mayor amenaza para la alegría de un sacerdote sea la tentación de verse a sí mismo como el Salvador. El cura debe arreglarlo todo, hacer que todo mejore, vendar todas las heridas y curar a todos los enfermos, por no hablar de cuadrar el presupuesto, arreglar el techo y predicar buenas homilías…
Los sacerdotes alegres se toman su día libre, sus vacaciones, hacen su retiro anual y sacan tiempo para la lectura y el ejercicio. Al hacerlo, dan ejemplo a su pueblo poniendo en el lugar adecuado la oración y el ocio en la vida humana, y luchan contra la tentación de ser adictos al trabajo, que afecta a muchos. Un sacerdote alegre recuerda que Jesús es Señor y Salvador.
Fuente: America Magazine