“Debemos asumir con firmeza esta identidad sacerdotal, permearnos de que nuestra vocación no es un apéndice, un medio para otros fines, incluso piadosos, como salvarse” (Papa Francisco).
Durante la mañana del jueves 16 de enero de 2025, el Papa Francisco se dirigió a la Biblioteca del Palacio Apostólico para reunirse con la comunidad del Colegio Sacerdotal Argentino de Roma, en un encuentro marcado por la cercanía del trato y la sabiduría de sus consejos.
En el diálogo, evocando la figura de san José Gabriel Brochero, el Santo Padre destacó cuatro reflexiones que considera vitales para una sana vida sacerdotal. A saber…
1º En el amor de Dios radica la “verdadera esencia” sacerdotal
“Nuestra vocación no es un apéndice, un medio para otros fines… La vocación es el proyecto de Dios en nuestra vida, lo que Dios ve en nosotros, lo que mueve su mirada de amor, me atrevería a decir que en cierta forma es el amor que Él nos tiene y en éste radica nuestra verdadera esencia”, expresó el Sucesor de Pedro.
2º “Mantener encendido el fuego”
El Pontífice validó y alentó “la total donación de sí mismos, la entrega a Dios en el hermano, gastándose y desgastándose por el Evangelio”. Paralelamente “cuidar la vida interior, mantener encendido el fuego” con especial cuidado de conservar la humildad, “pues ‘parados’ en nuestra soberbia somos más vulnerables”.

3º Vivir la “fraternidad sacerdotal”
“Otra nota importante es la fraternidad sacerdotal” destacó el Vicario de Cristo. “En primer lugar con el obispo, combatiendo junto a él, codo con codo, hasta el último cartucho” (…) Los sacerdotes, continúa el Papa recordando las enseñanzas de Brochero, han de “llevar una vida de piedad profunda, con una confesión frecuente” (…) y al mismo tiempo, finaliza, “compartir” fraternalmente “toda la vida, tanto material como espiritual y apostólica”.
4º “Sacrificado respeto por el misterio” de la Eucaristía
Finalmente, el Papa apuntó a la centralidad de la Eucaristía en la vida sacerdotal, ejemplificando con san José Brochero: “Por ardua que fuera su tarea buscó no dejarla nunca [la Eucaristía]”, señaló el Santo Padre, elogiando “ese sacrificado respeto por el misterio que, lejos de imposiciones, calaba más que mil palabras de empalagosa elocuencia”.
A continuación, el texto íntegro de las reflexiones sobre la vida sacerdotal ofrecidas por el Papa Francisco…

Saludo del Santo Padre al Colegio Sacerdotal Argentino de Roma
Jueves, 16 de enero de 2025
Queridos sacerdotes, formadores,
señoras y señores:
Hoy debería ser yo quien los acompañe a ustedes, en la celebración de la Santa Misa y en la cena. No hace falta que les diga que me quedo con las ganas del asado. Pero, ser pastor como bien saben nos coloca a veces delante y a veces detrás, según los designios de Quien es Señor de nuestras vidas.
De todas formas, para no dejar de lado los olores de nuestra tierra, quiero comentarles algo que leí hace poco sobre el cura Brochero y que me parece muy conveniente para ustedes, que se siguen preparando para enfrentar la ardua batalla del Evangelio. Lo que les voy a ilustrar de él está referido a su alma sacerdotal y el primer punto, esencial, es la afirmación hecha por sus amigos de que “Brochero no debía ser sino sacerdote”.
Debemos asumir con firmeza esta identidad sacerdotal, permearnos de que nuestra vocación no es un apéndice, un medio para otros fines, incluso piadosos, como salvarse. Absolutamente, no. La vocación es el proyecto de Dios en nuestra vida, lo que Dios ve en nosotros, lo que mueve su mirada de amor, me atrevería a decir que en cierta forma es el amor que Él nos tiene y en este radica nuestra verdadera esencia.
Y aquí el santo cura explica qué significa abrazar “la carrera eclesiástica” –ya saben que es una expresión que a mí no me gusta, pero como la entiende Brochero, en su deseo de morir corriendo como el caballo “Chesche”, se asemeja más a la de san Pablo (cf. 2 Tm 4,7)–. Es, nos dice, “trabajar en el bien de los prójimos hasta el último [momento] de la vida”, la total donación de sí mismos, la entrega a Dios en el hermano, gastándose y desgastándose por el Evangelio. Paralelamente, “batallar –continúa el santo– con los enemigos del alma, como los pumas que pelean echados cuando parados no pueden hacer la defensa”. Es decir, cuidar la vida interior, mantener encendido el fuego, con mucha humildad, “echados”, pues “parados” en nuestra soberbia somos más vulnerables.
Otra nota importante es la fraternidad sacerdotal. En primer lugar con el Obispo, del que se considera un simple soldado, para emular las hazañas de los próceres, combatiendo junto a él, codo con codo, hasta el último cartucho. Y con los hermanos sacerdotes quiere compartir cuanto tiene, los invita a corregirle con confianza y lo hace con ellos con franqueza, pidiéndoles llevar una vida de piedad profunda, con una confesión frecuente “ya con el uno ya con el otro”, para compartir así toda la vida, tanto material como espiritual y apostólica.
Finalmente, como no podría ser de otra manera, la Eucaristía. Por ardua que fuera su tarea buscó no dejarla nunca, llegando a pasar gran parte de la noche al raso, en medio de los maizales, esperando a que se despierten en el rancho –ya que no consideró oportuno molestar de madrugada–, para poder entrar a celebrar. Ese sacrificado respeto por el misterio que, lejos de imposiciones, calaba más que mil palabras de empalagosa elocuencia.
Que Jesús los bendiga y la Virgen Santa los cuide. Y, ante el Señor en el altar, no se olviden de rezar por mí.
Fuente: Vatican.va