“Yo había pasado por todo lo que un niño podría hacer hasta la edad de veinte años. Mi madre se había casado tres veces y no teníamos religión. La familia era muy hedonista. Mi vida estaba cayendo por una espiral descendente”, recuerda Donald.
En su juventud era “un mal tipo”, recuerda Donald Calloway. Dejó el instituto y fue deportado de Japón por consumo de drogas y actividad criminal; acudió a centros de rehabilitación de drogodependientes en Pennsylvania y “cuando cumplí los 18 fui a la cárcel en Louisiana”, confidencia. Todo comenzó en Virginia Beach –estando su padrastro en el ejército– y continuó cuando la familia se mudó a California. Drogas, sexo, fumar y beber. Todo a la edad de 11 años. “Fue una escalada hasta perder el control. Nos mudamos cerca de Los Ángeles. Después a Japón. Eso sacudió mi mundo”, cuenta Donald.
Un joven delincuente
Harto del desarraigo continuo de sus amigos y entorno, Donald decidió –dice– dar una lección a sus padres. Tan pronto como llegaron a Japón, se convirtió para ellos en un “infierno”, recuerda. Se relacionó con criminales y empezó a usar grandes cantidades de drogas: opio, heroína y alcohol, todos los días, incluso inhalaba vapores de gasolina.
De eso pasó al delito robando grandes sumas de dinero, coches… ¡incluso se involucró con la mafia japonesa (Yakuza) como recadero!
“No me importaba nada ni nadie”, dice Donald, cuya madre viéndose del todo superada por este hijo, sufrió una crisis y en este proceso ella conoció a un sacerdote y se convirtió al catolicismo. Las fechorías de Donald le valieron ser deportado de Japón a los EE.UU. “Yo había pasado por todo lo que un niño podría hacer hasta la edad de veinte años. Mi madre se había casado tres veces y no teníamos religión. La familia era muy hedonista. Mi vida estaba cayendo por una espiral descendente”, recuerda Donald.
Ya en Estados Unidos, le aseguró a su madre que la odiaba, pero accedió a entrar en un centro de rehabilitación. Al poco tiempo se escapó recayendo en las drogas y el delito. “Llegó un punto en el que inicié la ‘Gran Muerte’ y viví en lugares como el tronco de un árbol”, recuerda Donald. El puerto final de su trayecto fue la cárcel, en Luisiana. Era un caos absoluto”.
Las oraciones de mamá que atraen la Gracia de Dios
Un par de meses después de haber recuperado su libertad la gracia de Dios derribó por completo a Donald. “Fue una noche en 1992. Supe que mi vida cambiaría radicalmente, que algo iba a suceder”, dice.
Esta súbita y poderosa intuición peculiar lo prepararía para lo que se avecinaba. Recuerda que le invadió un sentimiento tan poderoso que rechazó las llamadas de amigos para salir de fiesta como lo hacía todas las noches. Todavía tiene problemas para explicar exactamente lo que sucedió y cree que el cielo vino su ayuda al escuchar las oraciones de su madre.
Durante unos días Donald se mantuvo en su cuarto esperando ese “algo” que debía llegar. Una mañana, guiado por un impulso espiritual, salió a la sala de su casa para buscar algo que leer … “Quería ver una especie de revista con fotos, algo así como National Geographic y buscando me topé con un libro que llamó mi atención. Tenía escrito: «La Reina de la Paz. Visitas a Medjugorje»”, recuerda.
La Reina de la Paz sale al camino
El texto escrito por el padre Joseph A. Pelletier narraba los sucesos de las apariciones de la Virgen en Medjugorje (Bosnia-Herzegovina), pero Donald no podía porque estaba tan poco familiarizado con la religión que no tenía idea siquiera de quién era la Virgen. “Creía que Jesús era como Santa Claus”, recuerda. Siguió disfrutando de las imágenes y sus ojos se quedaron en palabras, como “Rosario”, “Comunión” y “Eucaristía”, sobre los cuales tenía una idea muy vaga. A más leía, aumentaba su sed por leer más. “Me leí el libro entero antes de las 3:30 o 4 de la mañana, como si se me fuera la vida en ello”, dice, y agrega que “la Virgen decía que Jesús era Dios, y pensé: «Esto es verdad. Todo en este libro es cierto». Parecía tan hermoso y perfecto. Ella cautivó mi corazón”. Y Donald recuerda que al finalizar en su alma se dijo: “Yo me entrego totalmente a esta mujer”.
El joven se dirigió a su madre a la mañana siguiente y, para enorme sorpresa de ella, le dijo que quería ver a un sacerdote. Ella conocía a un capellán de la base y allá fue Donald, saltando de alegría como un niño pequeño. Cuando se encontró con el capellán de la Armada, el sacerdote le dijo que fuera a la iglesia y se sentara mientras decía misa, y luego hablaría con él. Así lo hizo. Con un pequeño grupo de mujeres filipinas recitó “una oración repetitiva”, recuerda; que por supuesto era el Rosario.
Luego llegó el momento en que cambió su vida. El sacerdote se puso una ropa que no conocía y Donald pensó que era algún tipo de rito y “me sorprendió. Todas estas mujeres se arrodillaban y ponían de pie al mismo tiempo”. Pero en su interior algo había hecho “clic”. De repente, este joven adicto a las drogas y de vida desatada supo íntimamente lo que estaba presenciando: aquello era un memorial de lo sucedido hace 2000 años atrás y lo estaba reviviendo. “Se detuvo el tiempo”, dice, y agrega que “me vi en el Calvario con la contemplación de los fieles del sacrificio del cordero”. Sintió la presencia de Cristo. Sabía que estaba allí como un sacerdote.
Fortaleciendo la conversión
Donald tenía veintiún años en ese momento. Asegura que “todo lo que sabía era que yo estaba locamente enamorado de Dios y nuestro Salvador”. Tanto lo tocó esta experiencia de la Misa, que se sintió preparado para ir de puerta en puerta contando a todos sobre esto. El entusiasmo explotó. Después de la misa se fue a casa, entró a su habitación, destruyendo todos sus posters; agarró varias bolsas de basura grandes y se deshizo de los ídolos de su vieja vida. Sustituyó todo con una foto del Papa y otra del Sagrado Corazón de Jesús, que el sacerdote le había dado junto con un crucifijo.
“No recuerdo haber dicho una oración en mi vida. Miré el libro de Medjugorje, los seis niños que estaban de rodillas con sus manos juntas, y yo hice lo mismo. No tenía idea de cómo funcionaba ni sabía lo que iba a ocurrir a continuación. Mis ojos se centraron en la imagen del Sagrado Corazón y mientras miraba la imagen sabía que algo estaba dentro, en mí y era el Dios-hombre colgado en la Cruz y que todo lo dicho por la Santísima Virgen María era para gente como yo. Lloré profusamente, podría haber llenado un balde, ¡estaba tan arrepentido de las cosas que había hecho! Todo vino a mí a la vez. Sentía como si todos los líquidos de mi cuerpo salieran de mis ojos, pero al mismo tiempo sabía que había esperanza y estaba llorando lágrimas de alegría. Casi reía. Yo sabía que este Jesús murió por mí y me amaba. Después de mucho tiempo me recosté en la cama y por primera vez en años me sentí libre. Una paz increíble se apoderó de mí. Algo me pasó que yo no sé cómo explicar”.
El diablo fue completamente aniquilado
Por la noche –confidencia– cuando estaba a punto de dormir “una criatura apareció en la habitación y se manifestó, tomando una forma física. Vino detrás de mí y tiró de mi cuerpo. Yo estaba tan asustado que no podía moverme, como una parálisis nocturna pero magnificada por la presencia que me reclamaba”.
¿Por qué ocurría aquello? él no era “un satanista”, pues “no creía en el demonio”, aunque solía jugar con la ouija más para impresionar a sus amigos y conocidos. “Estaba aterrorizado, cerré los ojos y pensé que no podía hacer nada. Creo que el diablo pensaba que yo le pertenecía. ¿Qué iba a hacer, pegarle? Eso no funcionaría, y aun así no habría podido: estaba petrificado. La única persona que conocía era a María, entonces grité con toda mi alma «¡María!» Y de repente me empujaron de nuevo en mi cuerpo con la fuerza del universo sobre mí. El diablo fue completamente aniquilado. Y oí la voz femenina más hermosa que he escuchado y haya oído, diciéndome: «Donnie, estoy tan feliz». Nadie me decía Donnie, sólo mi madre”, señala. “Fue increíble”.
Una rehabilitación divina y el sacerdocio
Donald perdió todo apego a los vicios. “Dios simplemente me cambió, y fue increíble”, dice. “Cristo me abrumó con su amor. Después de esto, vivía en la iglesia, recitando las estaciones del Vía Crucis hasta que la misa se llevara a cabo, ¡incluso dormía en las bancas! Empecé a recitar el Rosario, llevaba un escapulario, leía todo lo que podía de los santos”. Él dice que experimentó en su ser una sobrenatural “infusión de conocimiento” sobre la fe católica y se rehabilitó espiritualmente en un proceso de nueve meses.
Así comenzó lo que recuerda como “una desintoxicación, por gracia divina” y su particular “luna de miel”. “Al final del día iba siempre a la capilla, nunca tenía lo suficiente si se trataba de Jesús y cuando cerraban me quedaba mirando por la ventana pensando: mañana nos vemos”.
Donald recuerda como algo “liberador” pasar por aquella “rehabilitación divina” a través de multitud de gracias que recibía. “Era la mejor medicación de todos los tiempos; encontré la mejor psicoterapia y asesoría en los sacramentos, las enseñanzas de la Iglesia y la sabiduría de los santos, elevé mi oración al cuadrado y fui consciente de la capacidad de Dios para transformar mi vida a través de la oración y el ayuno”.
Así nació el “nuevo” Donald Calloway, que poco después se unió a una congregación religiosa especialmente centrada en Nuestra Señora, los Padres Marianos de la Inmaculada Concepción, de la cual es actualmente el Superior.
Fuentes consultadas: Camino Católico / www.fathercalloway.com