San Pablo al parecer disfrutaba con los eventos deportivos de su tiempo y quizá por ello le inspiraron esta metáfora: “¿No sabéis que en las carreras del estadio todos corren, pero uno solo recibe el premio? […] Los atletas se privan de todo; y eso ¡por una corona corruptible!; nosotros, en cambio, por una incorruptible” (1 Cor 9, 24-25). Esa misma mirada espiritual del converso Pablo alentó la vocación del deportista Jason Nioka.
Por las calles de la Villa Olímpica que desde joven –cuando era un prometedor judoca– anheló recorrer para representar los colores de su bandera, más de algún deportista podría encontrarse con el joven sacerdote francés de 28 años Jason Nioka.
Él es parte del contingente de 40 sacerdotes católicos, al servicio de los 14.500 atletas presentes en los JJOO paris2024. Comparten con ellos en múltiples momentos, sea en los tiempos de oración en el Centro Multireligioso de la villa, en las misas ofrecidas en diferentes idiomas en una iglesia cercana al recinto o en otros encuentros mediados por estos siervos de Cristo.
“Es importante poder ofrecer a un deportista creyente la oportunidad de ejercer su fe”, comenta padre Jason, quien fue ordenado hace sólo un mes. Pero este particular destino pastoral no es su primer contacto con el deporte profesional.
Del tatami al altar
Cuando Jason habla del deporte, lo hace de primera mano. Practica judo desde que tenía tres años; y de los 14 a los 20 años se enfocó en una carrera profesional. Su camino deportivo parecía claro, pero el rumbo de su vida cambió tras una peregrinación a Lourdes. “Sentí una gran paz interior. Cuando gané una competición, no fue tan fuerte”, recuerda.
Fue así como renunciar a las misas dominicales para dedicarse a las competiciones los fines de semana empezaba a ser frustrante. “Entonces me hubiera gustado encontrar un sacerdote conocedor del mundo del deporte que me ayudara a tomar las decisiones correctas”, comenta.
Estaba en Inglaterra entrenando con judocas británicos mientras asistía regularmente a una parroquia, cuando la llamada para ingresar al seminario se consolidó. Allí “me sentí más en casa que sobre una estera de judo. Sucedió de forma natural”, describe.
Si dejar la competición a los 20 años fue una elección “difícil”, Jason Nioka pondera hoy que el deporte profesional fue una contribución a su vida cristiana. “El judo me enseñó a superarme, a perseverar, como también modestia y autocontrol. En la vida cristiana podemos pecar, lo difícil es superarlo. El deporte de alto rendimiento me ayudó a hacer siempre este trabajo de introspección”, afirma.
Padre Jason no quiere ser presentado como una especie de ‘segundo entrenador’ y lo explica…. “El capellán debe guiar al atleta y recordarle que, ya sea que pierda o gane, siempre es para la gloria de Dios”.
Ante todo, su compromiso –finaliza– “es rezar por ellos y cuidarlos también”.
Fuente: ReL / Jóvenes Católicos